¡Oh, LA SALUD PERFECTA!
Es un hecho el que entre las personas que lean este libro las habrá de distintas creencias,
cosa respetable debido a que somos libres para escoger pensar y creer lo que más nos
convenza.
Pero tanto si se cree que la vida se originó de una forma o de otra; lo que es común para
todos es que estamos vivos y somos responsables de lo que hagamos con nuestra vida
y concretamente con nuestra salud.
Para el autor es imposible dejar de expresarse de esta forma precisamente por esa razón.
¡La salud perfecta!
Bien tan preciado.
Es un don de Dios, como lo son la vida o la felicidad.
La he buscado toda mi vida.
Y he tratado de enseñarla a otros.
Pero ante mi perplejidad humildemente, he visto y reconozco
que no está en mi poder el conseguirla, ni el entregarla.
Pero en mi afán por encontrarla.
Por hallar una explicación razonable.
He comprendido que para poder llegar a disfrutarla y ayudar a otros a poseerla, el
verdadero camino es el respeto al que puede dárnosla y a las leyes que la rigen.
Mientras llega ese día de poder disfrutar de vida perfecta, hemos de saber esperar con
paciencia y actitud mental positiva, y entre tanto utilizar los métodos humanos que más
convencen y convienen.
Si nuestra vida es imperfecta, nuestra salud también lo es.
Igual que hay seres vivos cuya vida es un desastre, también hay estados de salud
desastrosos.
La vida de una persona puede ser excelente aunque no perfecta, si se atiene a la guía
divina que proviene del Creador del hombre y que para todos está plasmada en las leyes
biológicas que la rigen.
Igualmente la salud puede ser inmejorable si se consigue respetar los requerimientos del
organismo, la sabiduría del “médico interior”.
Las enfermedades son experiencias siempre desagradables, pero son un aviso de que
debemos mantenernos alerta para que nuestro comportamiento no nos perjudique.
Hay enfermedades del espíritu , de la mente y del cuerpo.
Pero ninguna se halla totalmente aislada , sino que siempre es la persona entera la
afectada.
Por eso es aconsejable atender la necesidad global del individuo, para ayudar de la
mejor manera.
Por ejemplo:
Una persona colérica, presenta una enfermedad de su espíritu, pero evidentemente
puede afectarle a sus funciones mentales y a sus digestiones y demás funciones
orgánicas.
Hasta podría causarle un infarto al corazón.
De hecho el cuerpo está expuesto a los efectos del funcionamiento de la mente y del
estado del espíritu.
Si el cuerpo no ve interferidas sus funciones difícilmente enfermará.
Será mayor su seguridad si la mente se alimenta y se utiliza apropiadamente y el espíritu
permanece tranquilo y apacible; y si se consigue mantener una actitud positiva ante las
cosas de la vida.
Al cuerpo le podrán afectar los daños de origen externo; pero aún de éstos habrá
posibilidades de una mejor recuperación.
La intervención del terapeuta debe considerarse como algo complementario.
Ya que lo fundamental es que la persona esté consciente del papel que juega en la
conservación y mejora de su propia salud.
Ante la enfermedad existen dos posturas bien diferenciadas.
Atacar la enfermedad y fortalecer la salud.
No siempre al atacar la enfermedad se tiene en cuenta la otra postura.
Es por eso que en realidad muchos enfermos no se curan realmente sino que cambian de
síntomas o de órganos enfermos.
Después de un tratamiento agresivo desaparece el problema principal ( con más o
menos efectos secundarios), y al poco tiempo aparece otra afección diferente.
Si la persona se capacita y lleva una vida ordenada y una conducta higiénica se puede
evitar en muchas ocasiones la intervención del médico o del terapeuta.
Y si su intervención se hace necesaria, es muy importante que se le de la máxima
consideración a la conservación , potenciación y mejora de la energía vital , de las
defensas orgánicas y de los mecanismos internos de curación.
El paciente debe estar plenamente informado
de todo lo que envuelve su situación.
Del tipo de enfermedad que padece,
de su verdadera condición orgánica,
de sus posibilidades
y de su responsabilidad frente al problema de salud que le aqueja.
No es prudente dejar todo en manos del terapeuta.
Un paciente no informado corre un gran riesgo en su situación presente y su futuro será
incierto.
Por el contrario el paciente informado puede edificar una mejor salud y mayor
capacidad de prevención para el porvenir.
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