jueves, 12 de enero de 2017

BUSCAMOS SIEMPRE LO AGRADABLE ¿POR QUÉ?



BUSCAMOS SIEMPRE LO AGRADABLE 
¿POR QUÉ?



La anciana busca su perrito faldero y lo acaricia y lo mima, lo cepilla y lo alimenta con esmero.
El niño pide desesperadamente que le dejen coger la bicicleta, o ir a jugar a fútbol con los amigos o pide afanosamente


Que le dejen ver la película de video que le regalaron.
El abuelo decide salir a dar un paseo por el parque al atardecer o ir a jugar al dominó con sus amigos al café de la esquina.
Pedimos a nuestra madre o cónyuge o amigo que nos haga una fricción en la espalda. Nos tumbamos a la sombra de un frondoso árbol y miramos la inmensidad del cielo. O nos paseamos al anochecer
con los ojos fijos en el firmamento estrellado.
Ansiamos que llegue el fin de semana y nos vamos a escalar cerros y montañas para contemplar el horizonte lejano o una espectacular puesta de sol.
Ahorramos durante todo el año para viajar al Caribe o a los Alpes o a las cataratas del Niágara.
Hacemos cola para entrar en el cine o en el parque de atracciones.
Nos acomodamos en la tumbona, cerca de la ventana para leer ese libro que compramos




con tanta ilusión.
Invitamos a nuestros amigos a disfrutar de un rato juntos y nos tomamos el chocolate con churros.
Nos descalzamos cuando llegamos a la playa y caminamos por la orilla del mar.
Nos sentamos en las rocas y dejamos que las olas golpeen nuestros pies.
Acercamos nuestra nariz a las coloridas flores que nos ofrecen hermosas plantas o arbustos y entonces hacemos una profunda inspiración.
Buscamos con la vista al ave que planea ágilmente sobre nuestras cabezas o nuestros ojos buscan hasta hallar el bello pajarillo que llama nuestra atención con su agradable canto.
Hincamos los dientes con intenso afán sobre la tajada de la roja sandía o del dorado melón.
Acariciamos nuestro gatito siamés o de angora y le hablamos con ternura.
Entonamos aquella canción que se grabó en nuestra mente cuando pensábamos ilusionados en “nuestro amor”.
Nos dejamos caer suavemente sobre la aterciopelada colcha de la cama.
Dejamos que el chorro calentito de la ducha nos recorra la espalda.
Nos inclinamos ante un manantial de agua fresca en los días calurosos de verano.
Se nos alegra el semblante cuando hablamos de las vacaciones.

Y todo esto ¿por qué?
Porque todo ser humano normal necesita recibir estímulos agradables para sentirse vivo y relajarse de las tensiones que nos produce la vida diaria.
Porque las personas no solo desean percibir con los sentidos, sino disfrutar de lo que ven, de lo que oyen, de lo que huelen, de lo que gustan, de lo que tocan, de lo que quieren.
El cerebro se vigoriza con los estímulos agradables y sanos y transmite su poder vitalizador a todos los rincones del cuerpo para que las células sigan reproduciéndose, regenerándose y manteniendo sus funciones sin enfermar.BUSCAMOS SIEMPRE LOAGRADABLE ¿POR QUÉ?


La anciana busca su perrito faldero y lo acaricia y lo mima, lo cepilla y lo alimenta con esmero.
El niño pide desesperadamente que le dejen coger la bicicleta, o ir a jugar a fútbol con los amigos o pide afanosamente


Que le dejen ver la película de video que le regalaron.
El abuelo decide salir a dar un paseo por el parque al atardecer o ir a jugar al dominó con sus amigos al café de la esquina.
Pedimos a nuestra madre o cónyuge o amigo que nos haga una fricción en la espalda. Nos tumbamos a la sombra de un frondoso árbol y miramos la inmensidad del cielo. O nos paseamos al anochecer
con los ojos fijos en el firmamento estrellado.
Ansiamos que llegue el fin de semana y nos vamos a escalar cerros y montañas para contemplar el horizonte lejano o una espectacular puesta de sol.
Ahorramos durante todo el año para viajar al Caribe o a los Alpes o a las cataratas del Niágara.
Hacemos cola para entrar en el cine o en el parque de atracciones.
Nos acomodamos en la tumbona, cerca de la ventana para leer ese libro que compramos



con tanta ilusión.
Invitamos a nuestros amigos a disfrutar de un rato juntos y nos tomamos el chocolate con churros.
Nos descalzamos cuando llegamos a la playa y caminamos por la orilla del mar.
Nos sentamos en las rocas y dejamos que las olas golpeen nuestros pies.
Acercamos nuestra nariz a las coloridas flores que nos ofrecen hermosas plantas o arbustos y entonces hacemos una profunda inspiración.
Buscamos con la vista al ave que planea ágilmente sobre nuestras cabezas o nuestros ojos buscan hasta hallar el bello pajarillo que llama nuestra atención con su agradable canto.
Hincamos los dientes con intenso afán sobre la tajada de la roja sandía o del dorado melón.
Acariciamos nuestro gatito siamés o de angora y le hablamos con ternura.
Entonamos aquella canción que se grabó en nuestra mente cuando pensábamos ilusionados en “nuestro amor”.
Nos dejamos caer suavemente sobre la aterciopelada colcha de la cama.
Dejamos que el chorro calentito de la ducha nos recorra la espalda.
Nos inclinamos ante un manantial de agua fresca en los días calurosos de verano.
Se nos alegra el semblante cuando hablamos de las vacaciones.

Y todo esto ¿por qué?
Porque todo ser humano normal necesita recibir estímulos agradables para sentirse vivo y relajarse de las tensiones que nos produce la vida diaria.
Porque las personas no solo desean percibir con los sentidos, sino disfrutar de lo que ven, de lo que oyen, de lo que huelen, de lo que gustan, de lo que tocan, de lo que quieren.

El cerebro se vigoriza con los estímulos agradables y sanos y transmite su poder vitalizador a todos los rincones del cuerpo para que las células sigan reproduciéndose, regenerándose y manteniendo sus funciones sin enfermar. 

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